Israel: impunidad y simbología
Iosu Perales
La invocación al Holocausto nazi da vía libre para, ilegalmente, enfrascarse en una guerra regional utilizando incluso armas nucleares Aspirando al estatuto de víctima eterna el sionismo culpa a sus adversarios de sus propios estragos. La invocación a los males sufridos por el pueblo judío constituye la base de un discurso que pretende un pasaporte de inmunidad perpetua con el fin de ejercer una violencia despiadada, llamada defensiva, sobre sus enemigos palestinos y árabes. Hoy día el Gobierno de Israel considera que el derecho internacional, el derecho humanitario, la convención de Ginebra y el Tribunal Internacional de La Haya, son artefactos que conspiran contra su proyecto estatal. La misma ONU es considerada por el sionismo como un nido de antisemitismo. Desde esta posición Israel se encuentra cómoda en la ilegalidad y no teme ir a una guerra regional utilizando incluso armas nucleares.
El mito de Masada -en el desierto de Judea- como última resistencia a la ocupación romana en la que cientos de judíos se suicidaron antes de caer en manos del enemigo, sigue teniendo hoy día una potente vigencia en el discurso sionista: no volverá a ocurrir algo semejante. El victimismo israelí del que se nutre su creencia de que debe actuar en rebelión contra la sociedad mundial y sus instrumentos legales descansa en frases como esta: "Puesto que somos los perseguidos de la historia tenemos derecho a aniquilar a nuestros enemigos reales y potenciales para que nunca más seamos víctimas". La tentación de la inocencia se vuelve así un ejercicio cínico, violento, ilegítimo, oportunista. El recurrente regreso al Holocausto no es sino un modo perverso y chantajista de justificar las mayores brutalidades contra los palestinos en nombre de la supervivencia, que se despliegan fuera del ámbito de la legalidad puesto que la ley es un estorbo. Meses atrás, en Gaza, los colonos expulsados por decisión de Ariel Sharon por razones de seguridad, compararon su desdicha con los campos de exterminio nazis, proyectando el llamado "destino judío" como una guerra eterna por la sobrevivencia en un mundo antisemita, hostil. Semejante exageración difícilmente puede ser aceptada por el sentido común, pero tiene eco en la mentalidad judía merced al abusivo uso del Holocausto. Así, toda critica, incluso la más moderada, es percibida a través del prisma deformante del antisemitismo y quien critique los bombardeos sobre el Líbano y la matanza de Gaza es automáticamente acusado de anti-judío.
La idea de "Tenemos razón, porque estamos solos en una región enemiga", va acompañada de una propaganda de deshumanización del considerado enemigo, lo que permite programar cómo eliminarlo con toda la buena conciencia del mundo. Norman G.Finkelstein, judío, hijo de padre y madre supervivientes del gueto de Varsovia, denuncia lo que él llama la industria del Holocausto, creada para desviar las críticas a Israel y a su propia política moralmente indefendible. En su calidad de hito de la opresión y de la atrocidad es utilizado para restar importancia a los crímenes que Israel comete. El escritor Saramago ha calificado, no sin razón, a los sionistas como rentistas del Holocausto. Los sionistas disparan, ocupan, colonizan, y después se quejan de su infortunio: nadie les comprende y además dicen temer otro holocausto. Pero es verdad que la impunidad de la que gozan -por el apoyo de Estados Unidos y la docilidad europea motivada en parte por un síndrome de culpabilidad histórica hoy incomprensible- los hace más y más cautivos de su propia enfermedad: una gran paranoia armada de bombas nucleares, convencidos de que fuera de su mundo todo es irremediablemente antisemita. El sionismo, como el hijo maltratado que reproduce las locuras de su padre y se vuelve él también maltratador vive su Holocausto no como la tragedia que jamás puede volver a repetirse a ninguna escala, sino como el aviso de que su lucha es contra todos y contra el mundo. Sólo así se explica algo tan terrible como la que cuenta B. Michael, él mismo hijo de supervivientes en su artículo "De marcado a marcador", después que los medios de comunicación publicaran que a los palestinos detenidos se les marcan los brazos: "No hay duda de que el trayecto histórico del pueblo judío en los últimos sesenta años que separan de 1942 de 2002 podrían servir de material a apasionantes estudios históricos y sociológicos. En sesenta cortos años pasó de marcado y numerado a marcador y numerador, de encerrado en guetos a encerrador, de marchar en fila con las manos en el aire a hacer marchar en fila con las manos en el aire (...) Sesenta años y no hemos aprendido nada, interiorizado nada". Y que decir de ese oficial superior israelí -en valiente denuncia de Michel Warschawsk, intelectual judío e hijo de rabino- que, en la víspera de la invasión de los campos refugiados palestinos, explica a sus soldados que hay que aprender de la experiencia ajena, incluida la forma en que los alemanes tomaron el control del gueto de Varsovia. No debe extrañar que en la estación de autobuses de Jerusalén luzca un graffiti que dice: ¡Holocausto para los árabes!
En verdad, sin hacer comparaciones cuantitativas, algo de esto está ocurriendo cuando el ejército de Israel realiza sistemáticos castigos colectivos sobre la población civil palestina y ahora también libanesa. Su venganza contra actos de las milicias es matar y matar indiscriminadamente, destruir viviendas familiares, organizar detenciones masivas, cercar pueblos y ciudades e impedir que la población pueda vivir con normalidad, como en el gheto de Varsovia . ¿No son éstas prácticas nazis? ¿Puede quejarse el Estado etnicista judío de que gran parte de la opinión pública internacional esté ya harta de sus abusos? Israel debe existir, con plenas garantías y seguridad, pero Palestina también Entre tanto tengo claro quién es el verdugo -el ocupante- y quién la víctima -el ocupado-.
http://www.deia.com/es/impresa/2006/07/19/araba/iritzia/271593.php
Iosu Perales
La invocación al Holocausto nazi da vía libre para, ilegalmente, enfrascarse en una guerra regional utilizando incluso armas nucleares Aspirando al estatuto de víctima eterna el sionismo culpa a sus adversarios de sus propios estragos. La invocación a los males sufridos por el pueblo judío constituye la base de un discurso que pretende un pasaporte de inmunidad perpetua con el fin de ejercer una violencia despiadada, llamada defensiva, sobre sus enemigos palestinos y árabes. Hoy día el Gobierno de Israel considera que el derecho internacional, el derecho humanitario, la convención de Ginebra y el Tribunal Internacional de La Haya, son artefactos que conspiran contra su proyecto estatal. La misma ONU es considerada por el sionismo como un nido de antisemitismo. Desde esta posición Israel se encuentra cómoda en la ilegalidad y no teme ir a una guerra regional utilizando incluso armas nucleares.
El mito de Masada -en el desierto de Judea- como última resistencia a la ocupación romana en la que cientos de judíos se suicidaron antes de caer en manos del enemigo, sigue teniendo hoy día una potente vigencia en el discurso sionista: no volverá a ocurrir algo semejante. El victimismo israelí del que se nutre su creencia de que debe actuar en rebelión contra la sociedad mundial y sus instrumentos legales descansa en frases como esta: "Puesto que somos los perseguidos de la historia tenemos derecho a aniquilar a nuestros enemigos reales y potenciales para que nunca más seamos víctimas". La tentación de la inocencia se vuelve así un ejercicio cínico, violento, ilegítimo, oportunista. El recurrente regreso al Holocausto no es sino un modo perverso y chantajista de justificar las mayores brutalidades contra los palestinos en nombre de la supervivencia, que se despliegan fuera del ámbito de la legalidad puesto que la ley es un estorbo. Meses atrás, en Gaza, los colonos expulsados por decisión de Ariel Sharon por razones de seguridad, compararon su desdicha con los campos de exterminio nazis, proyectando el llamado "destino judío" como una guerra eterna por la sobrevivencia en un mundo antisemita, hostil. Semejante exageración difícilmente puede ser aceptada por el sentido común, pero tiene eco en la mentalidad judía merced al abusivo uso del Holocausto. Así, toda critica, incluso la más moderada, es percibida a través del prisma deformante del antisemitismo y quien critique los bombardeos sobre el Líbano y la matanza de Gaza es automáticamente acusado de anti-judío.
La idea de "Tenemos razón, porque estamos solos en una región enemiga", va acompañada de una propaganda de deshumanización del considerado enemigo, lo que permite programar cómo eliminarlo con toda la buena conciencia del mundo. Norman G.Finkelstein, judío, hijo de padre y madre supervivientes del gueto de Varsovia, denuncia lo que él llama la industria del Holocausto, creada para desviar las críticas a Israel y a su propia política moralmente indefendible. En su calidad de hito de la opresión y de la atrocidad es utilizado para restar importancia a los crímenes que Israel comete. El escritor Saramago ha calificado, no sin razón, a los sionistas como rentistas del Holocausto. Los sionistas disparan, ocupan, colonizan, y después se quejan de su infortunio: nadie les comprende y además dicen temer otro holocausto. Pero es verdad que la impunidad de la que gozan -por el apoyo de Estados Unidos y la docilidad europea motivada en parte por un síndrome de culpabilidad histórica hoy incomprensible- los hace más y más cautivos de su propia enfermedad: una gran paranoia armada de bombas nucleares, convencidos de que fuera de su mundo todo es irremediablemente antisemita. El sionismo, como el hijo maltratado que reproduce las locuras de su padre y se vuelve él también maltratador vive su Holocausto no como la tragedia que jamás puede volver a repetirse a ninguna escala, sino como el aviso de que su lucha es contra todos y contra el mundo. Sólo así se explica algo tan terrible como la que cuenta B. Michael, él mismo hijo de supervivientes en su artículo "De marcado a marcador", después que los medios de comunicación publicaran que a los palestinos detenidos se les marcan los brazos: "No hay duda de que el trayecto histórico del pueblo judío en los últimos sesenta años que separan de 1942 de 2002 podrían servir de material a apasionantes estudios históricos y sociológicos. En sesenta cortos años pasó de marcado y numerado a marcador y numerador, de encerrado en guetos a encerrador, de marchar en fila con las manos en el aire a hacer marchar en fila con las manos en el aire (...) Sesenta años y no hemos aprendido nada, interiorizado nada". Y que decir de ese oficial superior israelí -en valiente denuncia de Michel Warschawsk, intelectual judío e hijo de rabino- que, en la víspera de la invasión de los campos refugiados palestinos, explica a sus soldados que hay que aprender de la experiencia ajena, incluida la forma en que los alemanes tomaron el control del gueto de Varsovia. No debe extrañar que en la estación de autobuses de Jerusalén luzca un graffiti que dice: ¡Holocausto para los árabes!
En verdad, sin hacer comparaciones cuantitativas, algo de esto está ocurriendo cuando el ejército de Israel realiza sistemáticos castigos colectivos sobre la población civil palestina y ahora también libanesa. Su venganza contra actos de las milicias es matar y matar indiscriminadamente, destruir viviendas familiares, organizar detenciones masivas, cercar pueblos y ciudades e impedir que la población pueda vivir con normalidad, como en el gheto de Varsovia . ¿No son éstas prácticas nazis? ¿Puede quejarse el Estado etnicista judío de que gran parte de la opinión pública internacional esté ya harta de sus abusos? Israel debe existir, con plenas garantías y seguridad, pero Palestina también Entre tanto tengo claro quién es el verdugo -el ocupante- y quién la víctima -el ocupado-.
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