Articulos de Islam-Ammiyasin

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Tuesday, September 18, 2007

ANIVERSARIO DE LA MATANZA
Sabra y Shatila, 25 años de impunidad


Una mujer palestina llora durante el funeral por las víctimas en 1982.

Actualizado martes 18/09/2007 10:11 (CET)

FELIPE SAHAGÚN

MADRID.- La matanza de palestinos en los campamentos de Sabra y Shatila, en las afueras de Beirut, es uno de los crímenes de guerra más graves cometidos en la trágica historia de Oriente Próximo, pero, 25 años después, sigue en la más completa impunidad.

El crimen tuvo lugar entre las seis de la tarde del 16 de septiembre de 1982 y las ocho de la mañana del 18 de septiembre. En esas 38 horas, entre 250 y 350 milicianos falangistas, dirigidos por Elie Hobeika, sucesor de Bashir Gemayel al frente de las fuerzas cristiano-falangistas, y del Ejército del Sur del Líbano, dirigido por Saad Haddad, asaltaron, violaron, torturaron, mutilaron y ejecutaron a centenares o miles de refugiados indefensos.

El número exacto sigue sin concretarse, pues la policía libanesa reconoció la muerte de 460, los servicios secretos israelíes, entre 700 y 800, y Cruz Roja, seguramente la que más se aproxima a la verdad, unos 2.400, casi tantos como los fallecidos en los atentados del 11-S.

La causa inmediata del asalto y matanza en los campamentos de refugiados palestinos fue el asesinato, el 14 de septiembre, del presidente electo libanés, Gemayel, y docenas de milicianos falangistas al hacer explosión un coche bomba en la sede central de su movimiento, en la parte oriente de Beirut. El autor de aquel atentado sigue sin conocerse.

El Ejército israelí no fue el responsable directo de la matanza, pero la facilitó, la permitió y, hasta hoy, ha hecho todo lo posible para impedir que se juzgue y condene a los responsables. Soldados israelíes repartieron bolsas para los cadáveres antes de que comenzara la orgía de muerte y tanques israelíes cerraron las entradas y salidas de los campamentos.

Numerosos supervivientes, entrevistados por el corresponsal de 'The Independent', Robert Fisk, han confesado años después ('La Gran Guerra por la Civilización', págs. 1.143-1.149) que los soldados israelíes no sólo permitieron, sino que participaron directamente en las detenciones masivas en la Ciudad Deportiva beirutí, en los interrogatorios y en la retirada, en camiones militares, de cadáveres. Se sospecha que bajo el palacio, reconstruido por completo años después, sigan los restos de muchos desaparecidos.

Los muertos de Sabra y Shatila son una décima parte de los 20.000 a 35.000 muertos en la 'Operación Paz' en Galilea, nombre con que se bautizó la invasión israelí del Líbano, a partir del 6 de junio de 1982, para asegurar en Beirut un Gobierno títere y expulsar del país a la OLP, que, entre 1965 y 1982, había asesinado a 1.392 y herido o mutilado a 6.327 israelíes en ataques o atentados, muchos de ellos desde territorio libanés.

Una comisión israelí, presidida por el entonces presidente del Tribunal Supremo, Isaac Kahan, investigó la matanza por orden del primer ministro, Menahem Begin, a partir del 28 de septiembre y, en febrero de 1983, en su informe final, declaró a Ariel Sharon, ministro de Defensa y artífice principal de la 'Operación Paz' en Galilea, "responsable indirecto" de la matanza por "su indiferencia ante el riesgo de actos de venganza [...] por los falangistas contra la población de los campamentos de refugiados y por no haber teniendo en cuenta ese riesgo al autorizar la entrada de los falangistas".

La Comisión Kahan amplió esa responsabilidad indirecta a otros mandos militares israelíes, como el general Amos Yaron, que dirigió personalmente, sobre el terreno, el cerco y ocupación de los campamentos palestinos en el oeste de Beirut siguiendo las órdenes de Sharon.
El informe Kahan señala que el 14 de septiembre de 1982 el primer ministro Manahem Begin, el ministro de Defensa, Ariel Sharon, y el jefe del Estado Mayor del Ejército israelí, Rafael Eitan, aprobaron la penetración del Ejército israelí en Beirut Occidental, donde se encuentran Sabra y Shatila, violando un acuerdo firmado con el Gobierno libanés.

El apéndice B del informe Kahan nunca se ha publicado, lo que ha levantado toda clase de sospechas sobre responsabilidades más graves, pero no reconocidas oficialmente. Es muy probable que dicho apéndice recoja lo que hicieron los agentes del Mossad y de los servicios secretos militares israelíes que acompañaban a los falangistas libaneses antes, durante y después de la matanza.

Elie Hobeika, declarado responsable directo de la matanza por la Comisión Kahan, fue asesinado el 24 de enero de 2002, al hacer explosión un coche bomba delante de su casa de Beirut.
Sharon se resistió a dimitir, pero, ante la presión de casi medio millón de manifestantes israelíes y de las grandes potencias, fue destituido como ministro de Defensa. Sin embargo, no dejó el Gobierno. Fue nombrado ministro sin cartera.

Un tribunal belga, en aplicación de una ley de 1993 que permite procesar, independientemente del lugar del crimen y de la nacionalidad de las víctimas, a cualquier acusado de violar las Convenciones de Ginebra, admitió a trámite en junio de 2001 una petición de 23 supervivientes de la matanza para juzgar a Sharon, a Yaron y a otros dirigentes israelíes.
El tribunal de casación belga declaró incompetente, en febrero de 2003, a la Justicia belga para juzgar a Sharon mientras éste fuera jefe de Gobierno israelí. Como el 4 de enero de 2006 Sharon sufrió una embolia que le obligó a dejar definitivamente el poder y le ha mantenido en coma desde entonces, sin esperanzas de recuperar el conocimiento, es poco probable que llegue a ser juzgado nunca dentro o fuera de Israel por la matanza de Sabra y Shatila.

Los medios de comunicación más importantes de Occidente, como en tantos otros crímenes de guerra no dirigidos directamente contra objetivos occidentales, denunciaron la matanza, pero echaron tierra sobre sus implicaciones políticas y legales.

http://www.elmundo.es/elmundo/2007/09/17/internacional/1190063348.html

25 años de impunidad
Aún hoy nadie sabe cuántos muertos hubo en la matanza cometida por la Falange libanesa en Beirut Oeste

16.09.07 -
L. L. CARO

Hoy se cumple un cuarto de siglo del inicio de la matanza perpetrada por la Falange libanesa en los campos de refugiados de Beirut Oeste. Sus autores no fueron nunca llevados a juicio. Las familias jamás recibieron ayuda. Ni respuestas. Siquiera se sabe cuántos muertos -¿800, 3.000..?- yacen en las tumbas colectivas que se improvisaron para enterrar con ellos una de las carnicerías más brutales del siglo XX.Nawal Abu Rudaina dice que los centenares de niños, de ancianos y de mujeres que fueron despedazados en las 40 horas que duró el aquelarre de sangre de Sabra y Shatila, siguen «pidiendo justicia desde las fosas comunes» a las que sus cuerpos fueron arrojados como si se tratara de perros. Que siente clamar a su padre, asesinado de un tiro con silenciador, a su cuñado y también a su hermana, que tal noche como la de hoy, un 16 de septiembre pero de 1982, fue abierta en canal en su séptimo mes de embarazo por tres milicianos de la Falange Cristiana Libanesa rabiosos como lobos, que luego se ensañaron con la criatura que nunca llegó a nacer.

Nawal saca de un álbum ajado una foto de los suyos, descolorida de tanto acariciarla con las yemas de los dedos tocados de besos tristes, y dice que gritan. Pero nadie les escucha. Han pasado 25 años de una de las carnicerías más brutales del siglo XX y en su vecindario de Shatila ninguna familia ha recibido una ayuda, un reconocimiento balsámico. «Nada». Siquiera hay un cómputo serio de muertos a los que dar una sepultura decente, como si se hubiera tratado de una catástrofe natural. Puede que fueran 470, como concluyó el llamado 'Informe Germanos', la investigación oficial libanesa que jamás llegó a publicarse. Palestinos y libaneses, pero también de otras tres nacionalidades árabes más Irán. O entre 800 y 1.000 como aseguraron la CIA y el Mossad israelí. O hasta 3.000, como coincidieron en calibrar testigos, los sanitarios, los reporteros, los supervivientes. Al fin y al cabo, las excavadoras con letras hebreas hicieron bien su trabajo demoliendo casas sobre los cadáveres retorcidos para perder entre los escombros sus restos -y de paso las pruebas-, y nunca fue posible documentar el destino de los cientos de prisioneros que fueron sacados en camiones del Ejército israelí del estadio Camille Chamoun -«el estadio de pesadilla», diría el periodista Robert Fisk- para desaparecer por siempre.Pero lo que sigue matando en Sabra y Shatila, una muerte colectiva y lenta, enferma de olvido y desesperación macerada en la miseria, es que nadie ha pagado por ello.

Ni un solo responsable se ha sentado en un banquillo para rendir cuentas de lo que ocurrió en los arrabales de Beirut Oeste entre el 16 y el 18 de septiembre de 1982, tres meses y medio después de que -mandadas por el entonces ministro de Defensa Ariel Sharon- tropas de Israel invadieran un Líbano en plena guerra civil para auxiliar a los falangistas libaneses (Kataeb) en su objetivo de expulsar del país a la OLP de Yasser Arafat, en la que la derecha reconocía entonces una auténtica amenaza demográfica, política por su condición de musulmanes y militar por su alianza con las fuerzas izquierdistas.Pero la venganza se desataría con el asesinato nunca esclarecido del insigne dirigente del Kataeb el día 14, según las crónicas y los historiadores, en una matanza sistemática de dos días y tres noches perpetrada por hombres de la Falange y las fuerzas leales a Israel de Saad Haddad, mientras los soldados judíos taponaban las salidas de los poblados para impedir la huida de sus habitantes e iluminaban el escenario de la carnicería con potentes reflectores. «Hoy no me parece posible que podamos lograr un juicio». Es la verdad sincera, 25 años después, del abogado y candidato a la presidencia del Líbano Chibli Mallat, el hombre que, en representación una treintena de familias de víctimas -una de las cuales perdió 40 miembros en la matanza- presentó junto a dos colegas libaneses el 18 de junio del 2001 ante los tribunales belgas una demanda que el 12 de febrero del 2003 se traduciría en un espejismo de victoria. Sharon, fallaba el Tribunal Supremo de Apelaciones, podría ser juzgado por crímenes de guerra una vez fuera de su cargo, entonces el de primer ministro de Israel. La defensa invocó la llamada 'ley antiatrocidad' de 1993, que permitía a la Corte de Bélgica enjuiciar a extranjeros por crímenes contra la Humanidad, y el Derecho Consuetudinario Internacional, el mismo instrumento jurídico que el Estado hebreo reclamó cuando juzgó al nazi Adolf Eichman. Fue la ilusión de un triunfo, con el informe de la llamada 'comisión Kahan' de fondo. La investigación oficial israelí que en 1983 ya declaró a Arik «responsable indirecto» del apocalipsis de Sabra.

http://www.larioja.com/20070916/mundo/anos-impunidad-20070916.html

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